Salí a correr al mediodía. No sé por qué a esa hora. No me gusta salir a esa hora, hace mucho calor. Pero me guste o no, salí a esa hora. Era un horno. Montevideo era un horno. Corrí 1h 06’. No quería parar obligada por el calor. A veces soy obstinada, terca. Tengo que llegar porque quiero. No es razonable. Bueno, pero llegué (jijiji). Y me sentí bien por no haber parado. Cuando corro siempre voy pensando “no te mates, podés parar cuando quieras, nadie te obliga”, pero no es verdad, yo me obligo. A la vuelta llevé a Yaguá a que se bañara. Fuimos a la escollera de la Playa Ramírez y en cuanto llegamos al borde pegó un salto y se fue al agua. Me dio un poco de envidia pero no mucha porque por ahí fue donde me lastimó el pie un cangrejo hace dos años. Igual me descalcé y metí los pies en el agua fría. Pero solo los pies y sin tocar el fondo. Desde el episodio con el cangrejo –que el bicho aquél era casi una centolla, dejo constancia- no puedo evitar la sensación de hay millones de cangrejos metidos en pocitos o cuevitas de arena debajo del agua, agazapados, todos con las pinzas prontas esperando por mi pie. Paranoia total.
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Etiquetas: diciembre 06
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